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El baile de cifras del desperdicio alimentario

El nuevo informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA): “Informe sobre el Índice de Desperdicio de Alimentos 2024”, pone sobre la mesa datos que nos recuerdan que la magnitud del problema es mucho mayor de lo que se estima en algunas cuantificaciones y que, por tanto, es necesario armonizar las metodologías de medición desde el campo a la mesa.

Sólo sabiendo realmente cuánto se desperdicia, cuándo y por qué, podremos poner fin a esta lacra que además de agravar el problema global del hambre, es responsable de casi el 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), de malgastar el 30% de las tierras productivas y el 20% del agua dulce disponible para consumo.

Un problema infra-dimensionado

Para el caso de nuestro país, los 25 kg de desperdicio por persona al año, que reporta el MAPA atribuible a los hogares, se quedan cortos frente a los 61 kg que denuncia el informe para este mismo eslabón de la cadena alimentaria. ¿Y cuál es el motivo detrás del baile de cifras? La distinta metodología que usan estos organismos.

Las investigaciones de Enraíza Derechos para cuantificar el desperdicio alimentario en hogares de Madrid y Euskadi, habiendo usado la metodología pautada por la Comisión Europea (y la que utiliza también la ONU), arrojan cifras similares a las de este último informe, 61 kg/persona en el primer caso y 57 kg/persona en el segundo. 

Las investigaciones de Enraíza Derechos para cuantificar el desperdicio alimentario en hogares de Madrid y Euskadi, habiendo usado la metodología pautada por la Comisión Europea (y la que utiliza también la ONU), arrojan cifras similares a las de este último informe, 57 kg/persona en el primer caso y 63,5 kg/persona en el segundo.  La metodología recomendada por la Decisión Delegada de la Comisión Europea engloba tanto las partes comestibles como las no comestibles y esto es así porque la definición de estas últimas viene determinada, en parte, por factores culturales. Además, hay partes “no comestibles” que sí pueden ser aprovechadas. Incluirlas nos permite tener mayor comprensión del fenómeno del desperdicio y mayor toma de conciencia.

¿Desperdiciamos solo las y los consumidores?

Por otro lado, el informe del PNUMA sólo considera el desperdicio alimentario en la fase final de la cadena, es decir, hogares, restauración y comercio minorista, pero no las pérdidas de alimentos válidos para consumo humano que se echan a perder en los primeros eslabones, como el sector primario o la manufactura, Y aquí, nuevamente, los distintos tipos de medición apuntan a resultados muy distintos.

La FAO alertó el pasado año de la magnitud del problema, incluyendo cifras del inicio de la cadena; al desperdicio del 19% de los alimentos disponibles para el consumo, hay que añadir un 13% que se pierden en la cadena de suministro entre la cosecha y la venta al por menor. Estaríamos hablando, por tanto, de un desperdicio de un tercio de los alimentos que se producen y no solo de un quinto, sin incluir las pérdidas que se producen antes de la cosecha en el sector primario.

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