El higo es de piel suave, pulpa melosa, aromáticamente dulce y con los toques crujientes de sus semillas.
Existen entre 700 y 800 variedades de higueras en todo el mundo, de las cuales unas 300 se cultivan para consumo humano. En España, la mayor parte de los cultivos utiliza una docena de ellas, como la Blanca de Maella, la Napolitana Negra, la Colar, la Burjasot, el Cuello de Dama Blanca y Negra o la Moscatel.
Su aporte calórico si se consume fresco es solo un poco mayor que el de las manzanas. Proviene enteramente de sus azúcares naturales (glucosa, fructosa, sacarosa). Su porcentaje de grasas y proteínas es nimio.
Además de energía y mucha fibra, aportan minerales como el calcio y el magnesio, especialmente concentrados en el higo seco.
Cómo conservar y consumir
Suelen gustar bien maduros, con el cuello arrugado y con una gotita de néctar en el orificio apical, y una vez que alcanzan ese estado apenas aguantan 2 o 3 días en el frigorífico.
Si son duros posiblemente estén verdes o, en el caso de las brevas, tan secas que no tendrán ningún sabor.
Es importante no golpearlos ni amontonarlos para que no se aplasten, e ir apartando cada día los que empiecen a deteriorarse.
En la cocina tradicional no se encuentran muchas recetas con higos frescos, pero combinan de manera excelente con setas como el shitake; hojas verdes como espinacas, rúcula, escarolas o berros; con endibias; con frutos secos; con ajo y cebolletas; con tofu; con panes y masas de cualquier tipo.